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Por. Carolina Latorre R

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  • Carolina Latorre

Adán en el Jardín


Una mañana Eleonora se despertó, había conocido un pez ligero

que navegaba entre sus piernas. Con caricias de pluma bordeaba

los orbes de su pecho, trazando espirales salinos y como ráfaga de luz,

invadió su cuerpo, su alma y la sonrisa de sus ojos.


Acarició con sus escamas tornasoladas su extensa cabellera

de ramas y de hojas. Fue entonces que al bajar por su frente

se encontró con su mirada reconociendo de inmediato sus aguas

cristalinas de río dulce, sin pensarlo, se fundió en ellas hasta perderse...


Pero todo río tiene piedritas...y las piedritas cantan al rodar..

así que fue fácil que él descubriera de nuevo el camino a casa,

y su rafaga de luz se incorporó en la ventana.

Al salir, hizo sonar las campanitas de la puerta y en la mano de Elenorora

puso un beso.


Dobló la esquina, la guardó en el bolsillo de su camisa

y caminó con la firme esperanza de volver.




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