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Por. Carolina Latorre R

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  • Carolina Latorre

Aquella mañana de agosto


Es asombroso lo que puede hacer la música. Esa mañana de agosto Eleonora se levantó con un presentimiento, una sensación de angustia que no sabía de donde provenía, la angustia estaba replegada en la ciudad y se había convertido en un virus contagioso que se propagaba por los torrentes televisivos


y artefactos de todo tipo. Ya era común para la gente llevarla prendida como una garrapata, hasta tal punto, que al fijarse en la piel de las personas era capaz de generarle pronunciadas arrugas, cambiarle el tono o incluso filtrarse por los poros, causándoles agudos dolores en el pecho, en el estómago o en la espalda, encorvando a la gente que la padecía con el peso tres veces mayor que el de sus cuerpos. Eleonora ya la conocía, aunque trataba de esquivarla también la había sufrido. Ese día suspiró pensativa, pues sabía que no había manera de escapar. Respiró, la saludó, la reconoció, se sentó con ella. Sin quitarle la mirada, buscó en uno de sus aparatejos una grabación musical que encontró al azar y mientras la escuchaba observó como la angustia salía de su cuerpo y de su casa sigilosamente sin decir adiós.




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